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jueves, 12 de octubre de 2017

Basura urbana

Con la basura callejera intento asumir la mirada estética de una escena de la película Belleza americana: el personaje filma el vuelo de una bolsa de nailon y la transforma en un objeto de enlace entre el viento y el descuido humano, como si el descuido fuera un arte, un mal hábito con un borde para admirar 
.
Lo intento, pero no me sale. La basura en el espacio público me desagrada y me conecta con una emoción semejante a la furia.

La furia es la otra cara de la depresión, pero la furia es activa y en esa actividad me agacho a recoger lo tirado en la vereda, tirado por cualquiera y lo meto en el contenedor.

A riesgo de infectarme, cosa que me trae sin cuidado (confío en la inmunidad del furioso), levanto envases recién descartados de alfajores, fideos, cigarrillos, chicles, gaseosas, etc.

Pero en mi cuadra desapareció el contenedor municipal. Como tenía ruedas, alguien lo llevó, lo cargó en una camioneta y ya no lo encontramos. Lo de la camioneta es una hipótesis: como nadie vio nada, lo tienen que haber subido rápidamente a algún vehículo.

Lo notable fue la desaparición simultánea de los perros que hubieran roto las bolsas de basura dejadas en el piso ante la ausencia del contenedor.

¿Dónde están los perros? ¿Y el contenedor? La basura, bien, gracias.

Eugenia Courtade
Escritora y guardambiente








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